Tenía ganas de cruzar Varanger, una península al noreste de Noruega y que, junto a la isla de Mageroya, son los únicos y verdaderos territorios de Noruega que pertenecen por pleno derecho al Ártico. Su clima, geografía, paisaje y localización por encima de los 70ºN hacen de Varanger un lugar excepcional.
Con 2600 km2, de los cuales un parque nacional ocupa casi 2000 km2, es uno de los paraísos árticos naturales más preciados. En él pueden verse osos pardos, glotones, renos, zorros árticos, ballenas y sobre todo aves. El interior de Varanger está prácticamente despoblado y los pocos pueblos que hay, como en toda Noruega, se asientan sobre la costa y viven casi en exclusiva de la pesca del bacalao y el cangrejo real.
Siempre había pensado cuánto me gustaría coger el barco de línea costero desde mi pueblo para llegar hasta el pueblo más importante al norte de Varanger ( Berlevag), cruzar esquiando la península hasta una ciudad del sur llamada Vadso, tomar el barco de regreso y volver a casa. Una travesía que empieza y acaba con un viaje en barco hasta mi casa, era algo que tenía muchas ganas de hacer.
En Varanger a finales de marzo se organiza la carrera de kites mas larga de Europa; el inmenso paisaje nevado de tundra sin árboles hace de Varanger el escenario perfecto y el viento sopla siempre constante, a veces más de lo deseado. Lo que no quería era coincidir con la carrera de cometas, quería disfrutar de Varanger para mi solo y hacerlo a mi ritmo y con la compañía de Lonchas.
Con 2600 km2, de los cuales un parque nacional ocupa casi 2000 km2, es uno de los paraísos árticos naturales más preciados.
Mapa de la travesía.
El 14 de marzo y después de posponer por temporal mi viaje en barco, salimos Lonchas y yo rumbo a Varanger. La idea era desembarcar en Berlevag al norte, pero el mal tiempo hizo que el capitán del barco no pudiera entrar en ese puerto y tuvimos que seguir embarcados hasta Vadso. Lo que iba a ser final de ruta, se convirtió en el inicio.
Llegamos un soleado domingo 15 marzo y como apenas había nieve en la pequeña ciudad, tomamos un taxi hasta las afueras donde hay unas pistas balizadas que son allí muy populares.
La nieve estaba tan dura como el hielo y al inicio seguimos las balizas hasta una cabaña-cafetería muy popular en la zona. Devoramos los primeros 10 km a muy buen ritmo y a partir de esa cabaña tomamos rumbo norte, dejando toda clase de balizas o huellas a nuestra espalda. Ahora empezaba el viaje que estaba esperando. Ante nosotros, sólo la llanura de tundra helada que tantas ganas tenía de recorrer.
En el Wilderness
Son apenas 125 km de lado a lado de la península, kilómetros nuevos para mí. Varias veces he recorrido la costa de la península de Varanger en coche, pero el interior sólo lo había visto en fotos. De su rica y variada fauna sabía que iba a ser difícil ver algo más que renos y alces pero, como es habitual en mi, lo que en realidad buscaba era pasar unos días en soledad, unos días de terapia, tener tiempo para disfrutar a mi aire de un territorio que me gusta especialmente, Laponia.
Después de 13 años de travesías por Laponia y de haber experimentado y viajado tanto, ya no es fácil encontrar cosa nuevas. Pero siempre, con imaginación, soy capaz de encontrar alguna esquina del mapa que me hace soñar lo suficiente como para irme a la aventura.
5 días he tardado en cruzar la península de Varanger y creo que las fotos hablan más y mejor de lo que es el lugar; poco más puedo y quiero añadir, excepto del último día; sin duda el más intenso y del que me gustaría contar algunas cosas.
El clima en general ha sido soleado y caliente, apenas bajaba a -5ºC por la noche, lo que es completamente inusual en esta fecha y en esta latitud. Ese combinación de calor y viento extremo especialmente en la zona norte ,que es algo más montañosa, me dejó un panorama lamentable. La nieve se había ido a una velocidad increíble. Cuando estaba a poco más de 20 km de mi final en Berlevag, la nieve sencillamente casi había desaparecido, tanto que llegué a plantearme terminar en Kongsfjord, otro pueblo costero, 35 kms antes de mi meta prevista. Era toda una tentación porque todo parecia indicar que aquellos últimos kms iban a ser una auténtica pesadilla.
Decidí arrastrar la pulka por hierba y rocas y buscar un camino, como fuere, hasta Berlevag. La última noche allí acampado pensé que no lo conseguiría pero decidí intentarlo a tope.
El paisaje era más propio de Mayo que de Marzo, increíble. Pero eso era un desafío, un problema que merecía ser resuelto con paciencia y ganas. Dejarlo pasar era también dejar una oportunidad de vivir una aventura genuina.
Arrastrar una pulka ligera, como las que uso, sobre rocas, es el camino más rápido para quedarte sin nada en pocos kilómetros, y por eso no se trataba de llegar a toda costa, destrozando el equipo, sino llegar con el equipo intacto y habiendo realizado una travesía interesante, la que has pintado antes de salir de casa, seguir el guión hasta el final y salvar los escollos haciendo de ello un juego. No es una lucha ni una batalla encarnizada, es tan sólo un juego. Como una partida de ajedrez.
Esa combinación de calor y viento extremo especialmente en la zona norte me dejó un panorama lamentable. La nieve se había ido a una velocidad increíble.
Esa combinación de calor y viento extremo especialmente en la zona norte me dejó un panorama lamentable. La nieve se había ido a una velocidad increíble Decidí acampar junto a un lago que era una "papilla" de agua hielo, como todos los que encontré en la parte norte. Después de subir y bajar un montón de colinas vi una línea en el mapa que me daba esperanzas; si era capaz de llegar hasta un río podría aprovechar su cauce para avanzar por él y llegar a mi destino.
Mientras las partes altas de las colinas estaban peladas de nieve y la visibilidad era mala, el fondo de los valles y el cauce del río parecían estar llenos de nieve, así que decidí descender.
Otra cosa era saber si el río había aguantado sin descongelarse con esas temperaturas; imposible saberlo sin llegar hasta allí. El cauce de un río que no está bien helado, aunque lo parezca, es un lugar muy peligroso y por eso no podía meterme allí tan alegremente con Lonchas.
A 12 kilometros de gps del final, entramos en el pequeño río y efectivamente estaba helado, encañonado y en medio de un paisaje bellísimo. Enormes cornisas, cargadísimas de nieve amenazaban buena parte del recorrido, que por otro lado era espectacular.
Salvo unos pocos tramos abiertos, el resto se convirtió en la mejor elección posible, seguir el río fue un acierto. El pequeño cañón del río terminó en una zona más abierta, en realidad un pequeño delta, y eso dio paso a una zona arbolada. Desde allí ya podía ver las primeras casas de Berlevag. Como había nevado bastante durante ese último día, el pueblo tenía suficiente nieve como para poder arrastrar las pulkas por las calles del pueblo y llegar hasta el kiosko del centro y poder tomarme unos cafés y algunos dulces. Estaba pletórico. Ese ultimo día había sido un carrusel de emociones.
Entre la ilusión y la desesperanza caminé muchas horas pensando que no iba a poder llegar, pero también otras seguro de poder hacerlo; horas feliz por encontrar el camino. Como ya he dicho es pura terapia. Aprendo y me divierto a partes iguales.
En unas pocas horas saldría mi barco de regreso a casa y esa horas iba también a conocer a una pareja de españoles que viven en Berlevag y que iban siguiendo las crónicas de mi travesía por facebook.
Nos encontramos en el kiosko y charlamos un rato, nos despedimos y quedamos en volver a vernos en otras circunstancias, quizás en mi pueblo. Lo que no sabía es que el barco esa noche se cancelaría y que iba a vivir en casa de esa pareja de extremeños los siguientes dos días y medio.
Si no hubiera sido por ellos mi estancia y espera en Berlevag hubiera sido un autentico coñazo, pero me dieron cobijo y calor de hogar. Vimos pelis, comimos palomitas y no solo eso, tiraron de cosecha particular y allí estaba yo comiendo patatera, lomo ibérico, torta del Casar ahumada, queso de cabra, bacalao, etc.
En eso nos diferenciamos de los noruegos. Mientras estos sólo repostan, porque para ellos comer es como echar combustible, nosotros comemos y disfrutamos haciéndolo. Todavía hubo tiempo de conocer a un gallego que ha montado un café restaurante en el pueblo y a su mujer, una argentina de Buenos Aires.
El barco y el bus se cancelaron dos días seguidos por temporal y Roxana y Rubén se convirtieron en mis ángeles de la guarda. A ellos les debo esos días de generosa hospitalidad. Ahora soy yo quien les espera en Honningsvag con su bebé Izan para llevarles de paseo hasta Cabo Norte.
Y por ultimo y mas importante, Lonchas podía acompañarnos. Solo por eso ya valía la pena salir a cualquier lugar donde el muchacho pudiera disfrutar. Por ese motivo y no otro decidí llevar la canoa y no el packraft. No solo lleve a lonchas en ella, también parte del equipo de Carlos, unas cervecitas, algunos lujos aprovechando el espacio de la canoa.