Svartisen

Cumpliendo viejos sueños; los viejos amigos

Cruzar el Svartisen era un viejo sueño, otro mas de la lista. Que a este paso me va a pillar centenario si quiero terminarlos todos…

No me valía cruzar el Svartisen, rollo Svartisen Express y volver a casa a toda leche; quería que el cruce de Svartisen estuviera dentro de otro viaje, como una de esas muñecas rusas que esconden otra más pequeña y cada una más bonita que la anterior.

Un viaje completo donde el Svartisen fuera la perla, pero en el que los accesos dieran la cobertura a otro viaje, tan interesante o más que la propia travesía.

Es hilar fino, lo sé, pero cuando eres libre para ir donde quieres, tienes la libertad de elegir lo que te gusta y a nadie has de convencer.

El Svartisen es el glaciar más grande de Laponia, el segundo más grande de Noruega, dos grandes pedazos de hielo con más de 350 km2. Siendo un lugar tan salvaje, tan poco transitado, y en mi lista de viajes pendientes, no había dudas. Tenia que ir. Urgencias que se marca uno, como si la vida hubiera que exprimirla hasta la última gota.

El glaciar arranca desde el mismo nivel del mar, todo él esta por encima del Círculo Polar Ártico en un Parque Nacional de 2700 km2, es de una belleza descomunal y tiene una característica muy especial y es que está dividido en dos calotas; lo que significa que cruzarlo es subir y bajar a dos glaciares distintos y ganar cada vez 1000m de desnivel. Una de las noches dormimos precisamente en ese valle que separa las dos calotas glaciares, un lugar mágico.

Pero empecemos por el principio. Al norte de Svartisen hay una ciudad llamada Bodo y al sur otra llamada Mo I Rana; Svartisen queda más o menos al sur de ese mapa. Para llegar al glaciar desde el norte, mucha mar y mucha nieve en los valles. Para salir desde el sur, bosques nevados y río encañonado.

Después de mirar y darle mil vueltas al mapa, de buscar un viaje lógico, estético y donde cupieran todos los “juguetes” que tenemos en casa, la idea iba tomando forma.

El compañero de este viaje, el mejor. Mi amigo Hilo Moreno. Hemos viajado tanto que no necesitamos palabras para comunicarnos, una mirada y está todo dicho. Luego las palabras las derrochamos en cascada al atardecer con una sopa en las manos, hablando de los millones de viajes que nos gustaría hacer, de libros, de la vida.

Me “guasapeaba” con Hilo mientras él estaba trabajando en la Antártida como guía, yo le contaba como iba planificando la ruta.

Al final todas las piezas encajaron. Ahora sólo faltaba ir y hacerlo realidad.

El Svartisen es el glaciar más grande de Laponia, el segundo más grande de Noruega, dos grandes pedazos de hielo con más de 350 km2.

Mapa de la travesía.

En marcha. Packrafts en el mar

En corto, llegaríamos hasta el glaciar navegando desde Bodo y saldríamos navegando por un río del que no teníamos ninguna información, no sabíamos ni que clase de río era, dudábamos que estuviera siquiera descongelado.

La fecha era crucial en el viaje, teníamos que encontrar suficiente nieve para avanzar con esquíes desde el mar y teníamos que encontrar mares y ríos que no estuvieran helados. El mar no congela nunca en esta costa, pero queríamos acampar en su orilla, preferiblemente sobre hierba.

Solo hay una fecha posible para tanto deseo; al menos este año tenia que ser la ultima semana de abril.

Nos encontramos en Bodo, yo llegaba unas pocas horas antes y me dedicaba a dar vueltas por una ciudad que hacia años no visitaba y que me sorprendió para bien. Por la noche fuimos a tomar unas cervezas a “Capitan Larsen” no me quiero ni imaginar como será esa taberna un sábado por la noche.

Al día siguiente, cuando le pedimos al taxista que nos dejara a las afueras de la ciudad, no entendía muy bien para que servia llevar una mochila con esquíes y remos, de hecho eso se convirtió en mantra cada vez que alguien nos veía. Como no veían el packraft, que deshinchado ocupa lo de una esterilla, alguno pensó que estábamos perdidos.

Navegar en el mar con packraft era nuevo para Hilo y para mi y desde luego no estábamos dispuestos a cruzar el fiordo de Bodo, de más de 4 km de ancho, así por las buenas para empezar.

Con mucha paciencia le dimos la vuelta a todo el fiordo hasta que casi al final decidimos poner proa a la orilla contraria. Un cruce de mas de 1 km.

Nos dio valor un islote con faro que había en el medio, parches psicológicos para hombres de tierra adentro.

En el mar si hay viento en contra, mucho oleaje o mar de fondo eres un muñeco, esa lección tardamos poco en aprenderla.

Cuatro días nos costó llegar hasta el ultimo valle, del ultimo fiordo, donde dejar los packrafts y comenzar la esquiada hasta el glaciar. Fueron sublimes, he de decir.

Hilo trajo su livianísima tienda de apenas medio kilo, con espacio para 4 personas. Una mochila que carga como un camión cisterna y pesa 5 veces menos que la mía y otros gadgets similares del ultralight al que es tan devoto y al que voy aficionándome cada vez más.

Sacos de dormir de verano y quemador de gas. Abrigo el justo y la comida pesada al gramo, tanto que llegamos casi sin comida al fin del viaje y deseando encontrar comida de fortuna en alguna de las cabañas que encontramos en la ruta, no por casualidad dicho sea de paso.

Cuando terminamos las cuatro etapas marítimas y nos echamos al lomo las mochilas con todo el equipo, fue como echarse un rinoceronte al hombro. Cincuenta metros y teníamos que parar a descansar sobre los bastones. Infernal.

svartisen

El glaciar. Packrafts como pulkas

De esa guisa porteamos 500 metros de desnivel y 13 km de distancia hasta una cabaña. Pocas veces he hecho un ejercicio tan bestia en toda mi vida. ¿Cuánto pesaba la mochila? Ni idea. Encontramos una bascula muelle en una cabaña, de esas que tiene hasta 25 kilos de limite y casi la revienta. La aguja luchaba por salir por el otro lado del medidor.

Al día siguiente teníamos claro que así no llegaríamos muy lejos, y como decía Hilo, ¡es que además no era nada divertido! Y veníamos a pasarlo bien, eso por encima de todo, sin diversión no hay viaje, ni éste ni ninguno. Así que pusimos en marcha el plan que teníamos en mente, hinchar los packrafts y usarlos como pulkas, solo para llevar en ellos los útiles de navegación: chaleco, remo, kit de reparaciones. Parece poco, pero le quitas 5/6 kilos a la mochila, yo además metí la basura y lo que me quedaba de comida, en total unos 10 kilos. ¡Qué ligera me parecía entonces la mochila, ahora si!

Salimos del refugio-cabaña un día soleado dispuestos a comernos el mundo. Nos comimos algo menos, pero llegamos hasta otra cabaña a la que teníamos echado el ojo y que resultó una mini cabaña con dos camas, luz eléctrica, cafetera, y radio.

Desde allí hasta el Svartisen teníamos un gran lago que cruzar, helado como el mármol. La lengua de acceso al glaciar, y que sabíamos era la vía normal de acceso, tenía unas buenas rampas y muchos kilómetros de subida por delante hasta la mítica cabaña de Takeheimen, donde llegué, por cierto, con mis últimas fuerzas.

Takeheimen es uno de los nidos de águila más bonitos que he visto y las vistas al día siguiente sobre el Fiordo de los Holandeses, impresionantes. Salimos de allí y fuimos avanzando por la llanura del glaciar hasta la lengua glaciar, que intuíamos, podría bajarnos de allí sin complicaciones y colocarnos en el valle entre glaciares. La lengua de bajada fue perfecta, la esquiamos entera hasta el final, aunque eso si, antes lanzamos los packrafts cuesta abajo a su aire.

El lugar escogido para acampar nos daba una inmejorable vista de lo que habíamos recorrido y también de la rampa enorme que debíamos acometer al día siguiente, casi al limite de lo esquiable con pulka.

La calota oriental es mucho menos transitada, mÁs rocosa y alpina. Después de un día entero esquiando por la parte Este del glaciar Svartisen, al final de la tarde encaramos el Fingerbreen y nos deslizamos más de 6 kilómetros cuesta abajo con una inclinación casi perfecta, parecía una pista de esquí, solo al final aparecieron grietas y seracs.

Nos dio valor un islote con faro que había en el medio, parches psicológicos para hombres de tierra adentro.

En el mar si hay viento en contra, mucho oleaje o mar de fondo eres un muñeco, esa lección tardamos poco en aprenderla.

Cuatro días nos costó llegar hasta el ultimo valle, del ultimo fiordo, donde dejar los packrafts y comenzar la esquiada hasta el glaciar. Fueron sublimes, he de decir.

Hilo trajo su livianísima tienda de apenas medio kilo, con espacio para 4 personas. Una mochila que carga como un camión cisterna y pesa 5 veces menos que la mía y otros gadgets similares del ultralight al que es tan devoto y al que voy aficionándome cada vez más.

Sacos de dormir de verano y quemador de gas. Abrigo el justo y la comida pesada al gramo, tanto que llegamos casi sin comida al fin del viaje y deseando encontrar comida de fortuna en alguna de las cabañas que encontramos en la ruta, no por casualidad dicho sea de paso.

Cuando terminamos las cuatro etapas marítimas y nos echamos al lomo las mochilas con todo el equipo, fue como echarse un rinoceronte al hombro. Cincuenta metros y teníamos que parar a descansar sobre los bastones. Infernal.

svartisen
svartisen
svartisen

De vuelta a los bosques

Volvíamos a los bosques y la nieve fofa por penúltimo día, sabíamos de una cabaña en el camino y pedimos a Odin que hubiera comida en ella. Estábamos tiesos de provisiones y hambrientos. Nuestros deseos fueron concedidos y en Blakadalashytta nos dimos un verdadero festín.

Al día siguiente era 4 de Mayo y nuestro avión salía el 5 desde Bodo, así pues había que llegar hasta la civilización sin perder ni un minuto. Pero no teníamos ni idea de lo que nos depararía esa ultima jornada hasta un aparcamiento, fin de nuestra ruta a 27 km de Mo I Rana.

El mapa sugería un desvío con 500m de desnivel y evitar de esta manera un pronunciado valle junto a un río, ¿Por qué? ¿Por avalanchas? lo cierto es que oímos y vimos muchas y si ese era el motivo, era mas que razonable evitar atravesar una larga ratonera, pero analizando mapa y paisaje algo no cuadraba y decidimos seguir nuestro instinto y probar un río, que si estuviera descongelado y no fuera demasiado movidito nos llevaría hasta la misma carretera, para solaz de nuestros cuerpos.

Así pues nos lanzamos bosque abajo en busca de ese río, el camino estaba repleto de árboles y tuvimos que afinar para no acabar estampados en alguno de ellos. Al final de esa gloriosa bajada estaba el río, abierto y llamándonos, ¡qué lugar mas bello! Qué salvaje! Qué sorpresa mas encantadora y que buen río. Hasta que naturalmente empezó a encañonarse (encabronarse) y después de algún vuelco mío, eso sí, con mucho estilo, el río se convirtió en algo casi intransitable.

Apenas 1km antes del parking, sacamos los barcos del agua y remontamos hasta un camino nevado entre árboles, otra vez a calzarnos los esquíes y a dejarnos caer cuesta abajo hasta la carretera. Tuvimos nieve hasta el mismo asfalto a solo 25m sobre el nivel del mar, ¡¡¡qué final mas grandioso!!!

Pasada la euforia de ese gran final, la pregunta era cómo leches llegábamos a Mo I Rana, distante a 27 km, sin llamar un taxi. Hilo desplegó todas sus habilidades y convenció a un tipo que pasaba para que nos llevara en su pickup, al menos hasta el aeropuerto en la carretera principal y a solo 9 km de Mo I Rana. Me pareció un milagro que el tipo accediera a llevarnos. De hecho su perro iba sentado en los asientos traseros y nosotros como pordioseros en la caja; me acordé de Lonchas.

Analizando mapa y paisaje algo no cuadraba y decidimos seguir nuestro instinto y probar un río...

svartisen
svartisen

Desde el inicio del viaje he tenido la sensación de no estar en Noruega, los paisajes tan alpinos me parecían alasqueños, el uso del packraft de esta manera es algo que solo había visto en la tribu-packraft de Alaska, el wilderness…todo me hacia sentir fuera de Noruega. Acabar viajando de esa manera, en la pickup rumbo al aeropuerto, eso desde luego era más americano que noruego.

El taxi llego a buscarnos al aeropuerto y nos llevo hasta un hotel en el centro de Mo I Rana, no sin antes cobrarnos un pastón.

Cenando una hamburguesa en el bar del pueblo, Hilo pronunció una frase para el mármol:

“Me despido otra vez de Noruega, con un buen sablazo”

Galería de fotos

svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen svartisen