Trans-Báltico

De Oulu a Pitea

La idea de cruzar el mar Báltico desde Oulu (Finlandia) a Pitea (Suecia) con esquíes arrastrando todo nuestro equipo y sin recibir ningún tipo de soporte exterior o avituallamiento era una idea original de mi amigo Jose Manuel Naranjo. Como no hay antecedentes en nuestro país (España) de esta travesía ni conocemos a nadie dentro de los circuitos polares que lo haya hecho, teníamos, ante todo, una buena cantidad de preguntas.

Las capitanías de marina sueca y finlandesa, a las que consultamos antes de nuestro viaje, fueron muy explicítas: "Desaconsejamos completamente ese viaje; en esa zona norte del Báltico hay 10 puertos importantes, 6 rompe-hielos operando día y noche y mas de 100 cargueros". Junto a la nota, añadían una dramática fotografía de uno de esos rompe-hielos con una tropa de cargeros a su popa capaces de licuar el mar entero bajos sus hélices.

En esas condiciones, las características propias de la expedición venían más condicionadas por los agentes externos que por la propia naturaleza del viaje. A pesar de todo no teníamos dudas; seguiríamos con nuestro plan de cruzar el Báltico. Bien pensado, podríamos haber sobrevolado antes la zona en helicóptero, o mirado fotos satélite. Pero queríamos hacer este viaje con el mismo espíritu que impulsaba a los pioneros. Ir a lo desconocido. Sólo se necesita paciencia e imaginación, y ganas para seguir siempre hacia delante.

El mar Báltico fue un gran lago en epoca del Cuaternario, que encerrado en el golfo de Botnia, cuenta hoy con una minúscula salida al océano atlántico en el sur, de apenas 4 kilometros de ancho, lo que le convierte en el mar con más baja salinidad del planeta. Si unimos a esto las bajísimas temperaturas invernales y su latitud tan septentrional, encontramos las causas por las que permanece congelado durante 4 o 5 meses al año; aunque no siempre se congela completamente según hemos podido saber después. Este año 2003, sin embargo, ha habido unas condiciones climatológicas únicas.

Los meses de noviembre, diciembre y enero han sido los más fríos de los últimos 85 años y esto ha dejado un grosor inusual de hielo que se ha deshecho a más velocidad en febrero y marzo al convertirse éstos en los meses más cálidos en los últimos 40 años.

Mapa de la travesía.

Cruzar el mar Báltico desde Oulu (Finlandia) a Pitea (Suecia) con esquíes arrastrando todo nuestro equipo y sin recibir ningún tipo de soporte exterior

Comienza la aventura

Muchas eran pues las incógnitas cuando salimos de Oulu en Finlandia el 3 de marzo con equipo suficiente para pasar 15 días en la banquisa. Desde el mismo hotel a orillas del puerto salimos arrastrando las pulkas ante las miradas atónitas de los parroquianos y caminando bajamos al mar helado, perfectamente liso. Cada uno arrastraba una pulka cargada con 80 kilos y Jose Manuel cargó además durante todo el viaje con una tercera pulka vacía que haría las veces de embarcación para esos canales abiertos que podríamos encontrar o incluso para hacer un trimarán, en caso de emergencia, uniéndolas con los esquíes. Ganas y una imaginación inagotable eran nuestras únicas armas cuando pusimos la proa de nuestros trineos hacia Suecia, a la ciudad de Pitea, siguiendo siempre sobre el paralelo 65º.

Comenzamos esquiando junto al archipiélago de Oulu sobre buena nieve plana e incluso lo hicimos durante algunas horas de la primera noche. Orientándonos con los faros de algunas islas lejanas, más que esquiadores parecíamos navegantes, hasta que el primer rompe-hielos se cruzó en nuestro camino... Estos, cuando abren el mar, trituran a su paso todo lo que encuentran más allá de la anchura misma de su casco y a su paso dejan enormes piedras de hielo mezcladas con granizado marino y bloques de varios metros cuadrados.

La anchura de estos canales varia de 60 a 100 metros y son infranqueables hasta que se vuelven a congelar. Entonces no queda más remedio que montar la tienda y esperar, como hicimos durante 4 horas la primera noche. Después seguimos nuestro camino unos kilómetros más y acampamos definitivamente. Al día siguiente, preferimos salir despues de haber descansado lo suficiente para otra jornada que seguía sobre un piso muy firme y con la vision cercana de alguna que otra ruta de rompe-hielos.

La mayor de las islas del archipiélago de Oulu, "Hailoto", fué la última referencia antes de internarnos en la banquisa. Estas islas asientan de manera extraordinaria el hielo y por este motivo el suelo es regular. Por ser aquí donde primero se empieza a congelar el mar, el proceso de congelación no sufre ningún efecto traumático que lo altere, como ocurre en el interior, que se congela más tarde.

Antes de perder la isla de vista nos encontramos a unos pescadores finlandeses que nos regalaron unos arenques que pasaron de inmediato a la bodega de emergencia. Al final del día empezamos a ver las primeras crestas de presión. Hay que caminar buscando la linea que nunca es recta, subes y bajas, rodeas canales abiertos de agua negra que va ganando la carrera al hielo, una pasta verde y mansa resignada a volver a su lugar de origen. Hay que pisar con precaución y confiar en ser liviano para cruzar a la otra orilla, con un paso largo, un salto, buscando una loseta desprendida que sirva de puente, mientras notas como se hunde a tu paso.

Trans-Báltico
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Rompe-hielos, el principal peligro

Uno de los días mientras nos preparábamos para salir (casi tres horas después de despertarnos) éramos conscientes -gracias al GPS-, de cómo estábamos yendo a la deriva, 1000 metros para ser exactos rumbo noroeste. Quizás habíamos acampado sobre un enorme témpano del que nosotros no éramos conscientes y éste se desplazaba con el viento.

A menudo pensaba, como en una pesadilla, que en lo alto de la siguiente escombrera helada veríamos un canal enorme sin posibilidad alguna y por eso corríamos siempre hasta agotar el día, sin apenas pausas. Las temperaturas que debían ser de -20ºC en marzo, estaban ahora muy por encima, llegando a registrar +7ºC, lo que provocaba que se deshiciera el hielo peligrosamente.

Uno de los momentos mas increíbles del viaje fué precisamente en mitad de la travesía cuando apareció, apenas a 500 metros a nuestra espalda, un enorme rompe-hielos remolcando 2 cargueros. Por suerte ya habíamos cruzado su vía de paso. Dudo que ellos nos vieran desde el barco, pero para nosotros fue una vision espectral y fantasmagórica en la tarde del sexto día, difícil de olvidar.

Cuando has tomado el ritmo, cuando ya te has hecho a la locura de la banquisa y su caos es cuando empiezas a disfrutarla. Cada noche en la mínima tienda de campaña con los hornillos rugiendo, practicábamos nuestro pasatiempos favorito, "infiernismo". Poníamos el interior tan caliente como podíamos, hasta 50ºC. No es de extrañar que despues de pasarnos el día "arando" a la intemperie sin cobijo ninguno, ansiáramos verdaderamente calor hasta romper a sudar, algo parecido a lo que los finlandeses hacen en sus saunas.

El frío y el viento, la nieve e incluso la lluvia que nos cayó durante horas día tras día sólo se podían apartar de la mente pensando en esas horas postreras de intenso calor que acompañarían a un buen potaje y a nuestra bebida favorita: suero oral mezclado con tang bien calentito, auténtico "gin baltic" capaz de hacernos resitir esas tormentas "descuernabueyes" que soplaron sin cesar en la banquisa.

Ganas y una imaginación inagotable eran nuestras únicas armas cuando pusimos la proa de nuestros trineos hacia Suecia

Los colores del hielo

Dicen que los esquimales son capaces de reconocer el hielo con sólo mirarlo. Salvando las enormes distancias, nos sentiamos un poco esquimales reconociendo el hielo verde y azul como sólido, el que tenía una capa de nieve encima como aceptable y el negro como inquietante. A menudo el grosor de los bloques que han salido al exterior por la violencia de las corrientes marinas, dan una idea del grosor de lo que estás pisando y ésto sirve para tranquilizar, o todo lo contrario.

El penúltimo día amaneció soleado y frío y aprovechamos el momento para secar nuestros sacos, colocar el equipaje y limpiar la nieve que se había colado por todas partes. Salimos al camino felices como si acabáramos de estrenar el mundo. Y despues de nueve días de monótono gris, el sol parecía un regalo.

Como despedida nos encontramos ese día con los mayores bloques de hielo de todo nuestro viaje. No podiamos evitar una sensación de angustia viendo subir la temperatura y sabíendo que tarde o temprano encontraríamos barcos.

Así fue. Ese mismo día sobre las 18:00 hs. cruzamos dos viejos canales de rompe-hielos casi seguidos y a continuación encontramos una superficie plana de unos 400 metros de ancho que terminaba en una via de aguas libres de más de 100 metros, que no daba opciones.

Nuestro "trimarán" era la última opción pero dudábamos que semejante absurdo pudiera llevarnos a la otra orilla; aunque flotar... flotaba. Para avanzar entre esos bloques de hielo necesitaríamos ser un rompe-hielos y era obvio que no lo éramos. La temperatura tampoco ayudaba, apenas 0ºC, así que decidimos parar a hidratarnos, comer, descansar y sobre todo pensar. Atrapados en una playa helada de 400 metros de ancho entre tres vías de rompe-hielos, no estábamos en el mejor de los lugares posibles y ésto nos causaba una profunda inquietud. Supongo que a esto debían referirse los suecos cuando nos desaconsejaron el viaje.

Encuentro cercano

A medianoche una luz potentísima avanzaba en dirección al campamento. "¿Un barco? ¿Un faro? Los faros no avanzan a 12 nudos", recordé. La lógica dice que si yo fuera un rompe-hielos eligiría el camino abierto en el mar antes de abrir uno nuevo y así ahorraría fuerzas y combustible. Jose Manuel y yo empezamos a razonar como si fuéramos rompe-hielos. Decidimos, por las dudas, salir de los sacos y trasladar nuestro vivac lo más lejos posible, aunque eso significara movernos apenas 100 metros hacia la izquierda mientras las luces del barco barrían el hielo.

Me hubiera gustado ver la cara que puso el capitán cuando en mitad de la noche aparecieron ante sus ojos un par de chalados moviéndose de un lado para otro, esquivando las miles de toneladas que se les venían encima. Pasó a escasos cien metros de nosotros, y llegamos a temer que el suelo saltara en pedazos. Pero ni se estremeció, no vibró siquiera; pasó de largo y volvimos al saco aliviados. Horas más tarde regresó con otros dos barcos a su popa y de nuevo las luces barrieron nuestro campamento; esta vez, sin inmutarnos, le dedicamos un saludo desde el saco.

Si seguía este tráfico no cruzaríamos nunca, pero el tiempo "por suerte" empeoró. Bajó la temperatura y nevó copiosamente. Al amanecer, cansados y entumecidos recogimos el vivac lo antes posible y cruzamos ese último obstáculo ya sólido. Me quité los esquies y, confiado, me acerqué a la orilla para ayudar a Jose Manuel a recuperar las pulkas. Una superficie aparentemente sólida se abrió bajo mis pies y me hundí en el agua hasta las rodillas. Pensé muchas veces cómo sería ese momento, pero no sentí miedo. En realidad no sentí nada especial; caí lentamente y al instante salí apoyándome con todas mis fuerzas tan rápido que el agua no me mojó, sólo se congeló sobre mi ropa. No soy un esquimal, estaba claro.

El final de la travesía

Ese mismo día llegamos a la primera isla del archipiélago sueco (Rebbén) donde fuimos mimados por una simpática pareja de suecos, que no escatimaron a la hora de ser hospitalarios con nosotros. Nos dejaron un lugar bajo techo para dormir y encendieron una sauna que fue sencillamente increíble, una de esas noches que no olvidarás nunca. De madrugada Jose Ramón de la Morena de "El Larguero", llamó para entrevistarnos y felicitarnos por nuestra travesia.

Al día siguiente llegamos al continente sorteando las últimas islas del archipiélago de Pitea convirtiéndonos así en los primeros españoles en hacer esta travesía del mar Báltico de costa a costa.

Hemos preguntado mucho y no han sabido respondernos si alguien ha cruzado o no antes. Muchos tampoco sabían que el Báltico era como les hemos contado. Ha resultado una sorpresa para todos, empezado por nosotros.

Una gran aventura.

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