Laguna Greve

Nuestro viaje comenzaba en Puerto Edén, un minúsculo asentamiento de la patagonia Chilena en mitad de los canales magallánicos, lejos de todo y apenas habitado. Para llegar allí, necesité seis días continuos de viaje, partiendo desde mi casa en el fin del mundo. No es fácil llegar a Puerto Edén. Una barcaza que sale dos veces al mes desde Puerto Natales y tarda 40 horas es la única manera de llegar a través del laberinto de fiordos. Este pueblo se ha hecho famoso, al igual que Caleta Tortel, gracias a sus pasarelas de ciprés que sirven de calle y acera a los peatones.

Para cuando puse pie en Puerto Edén, estaba mareado de tanto viaje en avión, autobús y barco. Hoy en día, Puerto Edén languidece, aparentemente sin perspectivas de futuro, esperando en vano fondos estatales que nunca llegan, al contrario que la lluvia torrencial que no deja de caer puntual en abril, precisamente el mes que elegimos para nuestra expedición."

Anhelábamos que abril nos favoreciera, esperando un milagro. No teníamos otra fecha para intentar darle la vuelta al inexplorado lago Greve, el sexto más grande de Chile y el cuarto lago proglacial más grande del planeta. Pero antes de llegar al Greve, había que buscar y encontrar una vía de acceso a través del inmenso glaciar Pío XI que cierra a cal y canto la entrada a la laguna, como un cofre que esconde una gema de incalculable valor.

Laguna Greve:
la memoria del agua

Mapa de la travesía

Por qué elegimos abril, siendo el mes mas lluvioso del año, lo explicaba así mi compañero Charlie en sus redes.

Las primeras discusiones que José y yo tuvimos sobre Lago Greve giraron en torno al mejor momento para ir. Los largos días de verano amenazaban vientos infernales, capaces de atraparnos en remotas costas lejanas, mientras que las heladas temperaturas del invierno podrían congelar grandes partes del lago. Las imágenes de satélite que consultamos sugerían que abril es el mes con menos hielo en el lago, y - en algún lugar, rumor de una fuente ahora olvidada - surgió el concepto de una ventana de buen tiempo en abril.

"No tengo ni idea de por qué elegiste April" - fue una de las primeras cosas que Pablo me dijo al conocerme. El mes en que los cielos se abren sobre Puerto Edén; el mes más lluvioso del año. Un plan que indujo risas de pena en los lugareños que escuchaban nuestro proyecto en el incomodo y maltratado ferry. Un mes que nos recibió con ventiscas de nieve y granizo al nivel del mar en sus primeros días.

Sin embargo, la "Ventana de Abril" - como tantas cosas en esta expedición - emergió de la imaginación a la realidad como si estuviera pintada en un lienzo. El cuarto día de expedición, mientras José y yo subíamos explorando un pasaje alrededor de una laguna congelada, un día despejado y sin viento se reveló nuestra primera vista del Lago Greve - una brillante franja de luz más allá del hielo. Nos miramos el uno al otro, sonreímos, nos abrazamos y - después de siete años de planificación e imaginación - nos conectamos en un extraño reconocimiento: "está allí, existe”

El clima despejado nos permitió unas increíbles vistas panorámicas del campo de hielo sur hasta el Cerro Torre en Argentina, el Volcán Lautaro, y una lista de interminables picos anónimos y montañas lejanas. En los días y semanas siguientes, el lago se transformó en una extensión del cielo, sólo despertado por el ocasional volteo de un iceberg en su sueño. El sol brillaba con nosotros, brillaba para nosotros.

Para Pablo, todavía agnóstico, a pesar de presenciar el milagro de primera mano, la respuesta de Abril fue resonante. Para mí, y quizás para José, se abrió otra ventana de posibilidad y duda.

Lago Greve y la ventana de abril. Dos espíritus afines; temporal pero real. Otro abril quizás no tendrá ventana y - quien puede decir - ¿tal vez no haya Lago Greve?

El primer y más importante obstáculo al que teníamos que enfrentarnos para alcanzar la laguna Greve era el imponente glaciar Pío XI. Necesitábamos encontrar una vía de acceso, ya fuera sobre el hielo o a través del bosque que se extendía en paralelo. Sin embargo, llamar "bosque" a aquel cementerio de árboles tumbados y maderas podridas seria mucho decir. A veces, era posible ascender un poco y caminar entre la espesura vegetal, sin alejarnos nunca del glaciar. Pero cuando las paredes se alzaban verticales, no quedaba otra opción que adentrarnos en el hielo y continuar nuestra marcha como fuere.

La historia de este glaciar es curiosa. Además de ser el glaciar más grande del hemisferio sur fuera de la Antártida, es uno de los pocos glaciares del mundo que está en crecimiento. Según mi amigo el glaciólogo Camilo Rada, esta es una característica habitual en los llamados glaciares de marea. De acuerdo con esos ciclos glaciares, el Pío XI unas veces crece y otras decrece.

Hace un siglo, cuando el glaciar no tenía el inmenso frente que hoy en día cierra el paso desde el océano Pacífico a los valles interiores donde ahora se encuentra el lago Greve, de 250 km², un noruego fundó una estancia cerca del glaciar y, para su desgracia, fue testigo del crecimiento desaforado del Pío XI.

El cura y explorador italiano Alberto María de Agostini narró así las desventuras de este noruego en su célebre libro Andes Patagónicos. Adjunto la página correspondiente de su libro; no tiene desperdicio el desahogo con el que Agostini habla de los indios.

“Este glaciar, uno de los más grandes que posee la cordillera Patagónica en su flanco occidental, tuvo en estos últimos años un prodigioso avance y ocasionó la destrucción de una incipiente estancia que en 1925 se había establecido en un valle lateral, para dedicarse a la cría de ovinos. Es singular la aventura de este establecimiento que tuvo pocos meses de vida; es muy interesante, y la expongo aquí tal como la escuché del propio fundador, el noruego Samsing*.

La fiebre de ganancias que invadió años atrás a los colonos de Magallanes, cuando la industria del pastoreo estaba en su primera evolución y prometía insospechadas fortunas, hizo que muchos de ellos buscaran con avidez los terrenos más apartados de la cordillera y de los canales aún inhabitados para poder establecer allí sus haciendas de pastoreo.

Uno de éstos, el noruego Samsing, que había realizado en noviembre de 1924 un viaje de reconocimiento por los canales, descubrió al final del seno Eyre un extenso valle con abundantes pastos que crecían sobre un terreno de aluvión y sobre las morrenas de un antiguo glaciar. Convencido de haber encontrado un terreno apropiado, decidió volver y fundar allí una pequeña estancia. En febrero de 1925 comenzó el transporte por mar del personal y de los materiales de construcción y, pocos meses después, en ese valle solitario a orillas de un gran río se veían pastan- do doscientas ovejas y algunos equinos y bovinos; edificadas tres casitas, galpones para la esquila y un depósito de lana.

Pero vino el otoño y tras él los duros meses invernales, durante los cuales la hacienda fue diezmada por la nieve y el hambre. Y cuando, llegada la primavera, se esperaba poder restaurar el diezmado rebaño, el repentino e imprevisto avance de un glaciar, que descendía de la cordillera, cortó a la factoría todo medio de comunicación, sofocando su existencia.

He aquí cómo sucedió este singular fenómeno. El trecho del canal comprendido entre el glaciar y la costa occidental, que daba acceso a la bahía donde estaba instalada la estancia, según los datos suministrados por Samsing, medía en los primeros meses de 1925, cuando él se instaló allí, cerca de un kilómetro. Su cruce, por lo tanto, no podía causar ninguna aprensión. Pero a eso de mediados de septiembre de 1926, Samsing notó un hecho nuevo, sorprendente, que le produjo preocupación y angustia. El glaciar caminaba, avanzaba todos los días, como impelido por una fuerza prodigiosa. El tramo de canal que daba acceso a la bahía disminuía por momentos y de continuar así, en poco tiempo habría cerrado para siempre la entrada. Además, el avance del helero tapaba la salida del río, cuyas aguas empezaban a inundar el valle y las habitaciones de la pequeña estancia. No era posible dilación alguna y Samsing dispuso inmediatamente ponerse a salvo con sus hombres. Embarcando en su cutter algunos pocos muebles y víveres, salió de la bahía a través del angosto y peligroso pasaje de pocas decenas de metros, que todavía existía entre el glaciar y la costa, abandonando definitivamente todo el fruto de sus ahorros y fatigas.

En pocas semanas, el glaciar, continuando su avance, siguió hasta quebrar su colosal frente, de cien metros de alto, sobre una barrera rocosa de la costa opuesta, aplastando y sepultando bajo su formidable peso la secular y exuberante selva que revestía aquella vertiente. La bahía y el valle con su factoría quedaron así irremediablemente aislados.

El infortunio de Samsing se convirtió en beneficio para los indios alacalufe, los cuales, ladrones por naturaleza y costumbre, y enterados ya de la fundación de la estancia así como del buen número de animales que poseía, estaban continuamente al acecho de tan rico botín con que saciar su hambre.

Apenas Samsing se hubo alejado, los indios cayeron como langostas sobre el valle y durante algunas semanas, las ovejas, equinos y vacunos les suministraron un descomunal banquete. Las casas fueron despojadas de lo poco que aún contenían y luego incendiadas. Este es el triste epílogo de aquella primera tentativa de colonización en el seno Eyre”

Así fue cómo la laguna Greve quedó aislada del mundo durante un siglo, envuelta en una bruma de misterio aun por desvelar. Permítanme ofrecer un dato que ilustra el desconocimiento de este lugar: en abril de 2020, unos científicos japoneses descubrieron que la laguna había drenado en un solo día 3,7 km³ de agua, el equivalente a 3,7 mil millones de m³ o 3,7 billones de kilogramos, un volumen comparable al de 640 pirámides de Giza. Este fenómeno, conocido como GLOF (Glacial Lake Outburst Flood), fue detectado por los científicos japoneses mediante la monitorización de imágenes satelitales. Nunca estuvieron sobre el terreno; ni ellos ni nadie se tomaron la molestia de acercarse para ver qué estaba ocurriendo en la laguna Greve. Ni a día de hoy nadie ha dado una explicación del por qué ha sucedido. Ese vaciamiento parcial de la laguna hizo que bajara 18 metros de nivel en una sola noche. Nosotros pudimos ver claramente la marca de agua alrededor de la laguna, e incluso vimos una pared erosionada que mostraba un derrumbe. Los GLOF necesitan un detonante. Seria este derrumbe el detonante?

Por esta razón, a menudo nos preguntábamos si la laguna seguiría existiendo para cuando llegáramos allí. Aunque las imágenes satélite del Sentinel continuaban mostrando el lago, Pablo me relató que, en una ocasión, acamparon junto a un lago y, al despertar a la mañana siguiente, este había desaparecido. Los GLOF son relativamente comunes en la Patagonia, pero, lamentablemente, no hay manera efectiva de monitorearlos.

La laguna solo ha sido navegada en una ocasión por una pareja de kayakistas. Ellos accedieron a la laguna descendiendo desde el campo de hielo sur, pero nuestro plan era pasar mas tiempo en el lago y explorar una ruta inédita a través del Pío XI. Para este viaje, el uso del Packraft sería fundamental; resulta impensable realizarlo sin una embarcación ligera.

La laguna Greve es tan desconocida que incluso en Puerto Edén había personas que no sabían de qué estábamos hablando, incluido un guarda forestal del parque nacional.

Para llegar al frente del Pio XI Pablo se había encargado de reservar un barco que nos llevaría hasta el frente del glaciar. La opción de navegar en nuestros Packrafts desde Puerto Eden consumiría demasiado tiempo, así que buscamos un barco que nos acercara al glaciar y nos trajera de regreso tres semanas más tarde.

Teniendo en cuenta que debíamos explorar una vía de acceso a través del Pio XI, navegar la laguna (a saber, si estaba llena de hielo) y regresar por el mismo camino durante el mes más lluvioso de la Patagonia, y hacerlo todo en tres semanas, me parece casi un milagro que todo haya salido a la primera y hayamos podido cumplir nuestros objetivos. Ni se me ocurre volver en abril. Tentar a la suerte y que salga bien una vez es suficiente para comprender que, por estadística, es imposible acertar dos veces al mismo número.

Esto escribió Charlie a su regreso.

En el jardín de (Puerto) Edén yace un secreto centenario. Un lago - dos veces el tamaño de París - cuyo nombre es un descubrimiento para los oídos de sus habitantes más cercanos. Un lago tan grande que podría esconder las Islas Caimán en sus aguas de sedimento plateado; el sexto más grande de Chile, alimentado por 10 colosales lenguas glaciales.

Si el agua tuviera una memoria, que nos dirían estas lenguas, ¿qué nos diría el lago Greve?

Tal vez hablaría de la inundación que drenó unos alucinantes 18 metros de agua en 2020. Una de las mayores inundaciones de estallido de lagos glaciales (GLOFs) en la historia. Ni un alma lo sabía hasta que los glaciólogos en Japón, estudiando imágenes satelitales dos años después, notaron la discrepancia.

O tal vez, ahora, podría desconcertar a tres extraños y olorosos visitantes mientras remaban barcos imposiblemente lentos alrededor de sus icebergs afilados y debajo de sus elevados bosques antiguos. Nuestra expedición de 21 días con José Mijares y Pablo Besser fue sólo la segunda exploración del lago Greve desde que fue dañado por el glaciar más grande de América del Sur hace casi 100 años.

(…)

Mientras me preparo para salir de Puerto Edén y comenzar un viaje de una semana de duración a casa, es difícil encontrar una introducción apropiada a nuestra historia del Lago Greve. Mi propio recuerdo de sus aguas, sin embargo, seguramente será la sensación ineludible de que estábamos visitando un lugar que era sólo - como mucho- parcialmente real; soñado, imposiblemente hermoso, efímero, curiosamente benévolo en todas sus formas.

Un océano en la parte inferior de un guijarro. Un verdadero jardín del Edén.

Galería de fotos


FOTOS DE PABLO BESSER
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FOTOS DE JOSÉ MIJARES
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